martes, diciembre 20, 2005

Un cuento de navidad (Parte I)

I.

María reconoció en el rostro de su padre esa gravedad que la adversidad dibuja. Su madre ,mucho más joven que su consorte, los observaba inquieta , esperando la sentencia que caería sobre la floreciente mujer sentada a su lado.

"Bien María" ; garraspeo; "quiero que sepas que nos has desilusionado profundamente. Teníamos muchos planes para ti" ;silencio ceremonial; "traicionaste nuestra confianza y pusiste por el suelo el buen nombre de nuestra familia" ;apretón de puños; "no permitiremos que nadie conozca nuestra deshonra. . . , un buen hombre está dispuesto a casarse contigo, te llevará unos meses fuera del pueblo mientras das a luz, volverás y diremos que el niño nació un año después de la fecha de tu matrimonio, ya todo está arreglado"; grito; "¡sólo tienes quince años dios mío !". Se levantó del sillón y subió por la escalera taconeando con vigor.

María no lloraba , su mirada escudriñaba los átomos que se arremolinaban en la alfombra verde alrededor de su pie : "¿quién será mi esposo?"; preguntó sin mirar a su madre; "el señor José hija". María asintió con la cabeza.

II.

María no podía describir lo sucedido aquella noche. Recuerda una luz muy cálida golpeando su rostro , el tacto de la seda subiendo desde la punta de su pulgar hasta su vientre lozano , blanquísimo , con olor a pulpa de fruta recién madurada. "Soy tu esclava señor" alcanzó a musitar mientras las estrellas se iban vertiendo sobre sus entrañas construyendo un microuniverso burbujeante , flamígero , eterno.

"Estás embarazada María" dijo el doctor Gabriel mientras colocaba un sobre recién abierto sobre su escritorio. "Ya lo sabía" contestó la joven. "¿Lo sabe el padre?" ; "Sí doctor" ; "¿Y qué piensan hacer?" ; "Lo que él disponga".

III.

José estuvo enamorado de Ana desde las fronteras de su memoria. Los padres de ella no veían mal que su hija jugara con el hijo del carpintero mientras eran niños. José soñaba en convertirse en un tekton diestro y poderoso como su padre, tomaba los retazos de madera excedente del taller y los tallaba con una piedra, obsequiaba su incipiente obra a Ana quien guardaba tan magníficos tesoros debajo de su cama. El paso de los años fue levantando murallas entre ellos , José abandonó la escuela para dedicarse a cuidar el taller de la familia, Ana entró a un instituto católico donde le enseñaron el arte del silencio estoico y la sumisión, virtudes muy necesarias cuando se desposa a un hombre entrado en años.

A nadie le sorprendió la noticia del matrimonio entre Ana y Joaquín, diecisiete años mayor que ella, diestro hombre de negocios , socio de su padre, capaz de obtener a su mujer como si se tratara de una prenda en una transacción comercial.

José recuerda haber visto salir a Ana ataviada en su ajuar nupcial , reluciente , con esa sonrisa de utilería que las monjas le habían ayudado a perfeccionar; soñó durante días con ese sendero de luces que la pedrería dibujaba a lo largo de su espalda hasta la fugacidad de su cintura y sus caderas firmes , perfectas , inasequibles.

Aquella noche se recreó ante sus ojos la escena hipotética que había confeccionado durante todos los días de su vida , la que lo había acompañado en la soledad de la madera.Cuando Ana entró por la puerta del taller el discurso diseñado con cautela durante todo ese tiempo se esfumó, José sólo atinó a extender su mano, Ana la tomó entre las suyas y mirandolo a los ojos le dijo "José , vengo a pedirte un favor que sólo tú puedes concederme" ; "lo que sea Ana"; "es sobre María , mi hija".