No hay política exterior sin noción de estado.
Los constantes tropiezos diplomáticos del gobierno mexicano durante la administración de Vicente Fox han roto con la añeja tradición de concebir a México como una bisagra entre el primer mundo materializado por Estados Unidos y el encanto folclórico del subdesarrollo latinoamericano.
La "doctrina Estrada" fue el pilar de la política exterior mexicana durante décadas. El principio de no intervención regía nuestra actividad diplomática y otorgaba a México un papel privilegiado en el mapa político internacional hasta el grado de ser protagonista central en esfuerzos pacificadores de magnitud internacional , como el pacto de tlatelolco en 1967 que propició la creación de una zona de desarme nuclear en américa latina y le valió a Alfonso García Robles el premio Nobel de la paz.
Sin embargo el ímpetu del "presidente del cambio" lo llevó a arrancar del gobierno todo aquello que para él (a título personal) representara una reminiscencia del "viejo régimen" al que según su concepción se había dado un golpe mortal el 2 de Julio de 2000.
Entonces el ejecutivo decidió de manera unilateral reorientar la filosofía de la política exterior para ponerla al servicio de la agenda de Washington. La mala noticia para Fox es que esa agenda es la más beligerante , procaz e irreponsable en el último siglo. Dentro de sus limitaciones como estadista , al mandatario mexicano le parecía inconcebible el mantener vínculos diplomáticos con algún país pequeño (Cuba , por ejemplo) , fuera de la gracia de nuestro principal socio comercial y poderosisímo vecino del norte. Nunca comprendió que la relación con gobiernos non gratos para EUA le marcaba a éste los límites de su influencia sobre la diplomacia mexicana y proyectaba hacia el resto del mundo una imagen alejada del servilismo , abriendo margen de maniobra para crear alianzas benéficas para el país aunque no contaran con la bendición de la casa blanca.
El desastre diplomático comenzó (como era de esperarse) en la primera cumbre de renombre auspiciada por el gobierno mexicano. Previo a la reunión de Monterrey Vicente Fox pidió a Fidel Castro retirarse de la misma después de comer con él. El octagenario político hizo gala de su astucia insinuando durante el discurso de apertura una situación irregular con sus anfitriones. El gabinete de Fox se movió justo de la manera en que Castro creía , negando lo sucedido y dejando la mesa puesta para que el presidente cubano publicara la conversación sostenida con su símil mexicano. Una actitud reprobable , pero suficiente para dejar en ridículo al régimen de la alternancia en México.
Después , el gobierno mexicano, probó la hiel de la lealtad absoluta a Washington. El presidente George W. Bush, aprovechando el aislamiento en el que se sumergía el estado ante los desatinos de sus dirigentes, pidió el voto de México a favor de la intervención en Irak. La falta de claridad en el discurso del presidente Fox le hizo quedar mal tanto con su mecenas imaginario como con la sociedad civil reacia a renunciar a la tradición pacifista de nuestro país.
El fondo de la debacle en política exterior se tocó durante la reciente reunión de mandatarios en Mar de Plata. El presidente de México demostró la visceralidad que rige su toma de decisiones al engancharse de inmediato en la bravata callejera de Hugo Chávez y Diego Maradona , instituyéndose en el paladín promotor del ALCA , iniciativa con tan poca resonancia entre los asistentes que ni siquiera figuraba en la agenda original de la reunión.
Sin embargo la verborrea presidencial provocó el enfriamento en las relaciones con Argentina y Venezuela y abrió la puerta para que (en su acostumbrado papel de bufón) Hugo Chávez ridiculizara al mandatario mexicano y con él , abollara el respeto internacional por el estado que representa.
El hilo conductor en esta cadena de desatinos es la casi nula noción de estado del presidente Fox lo que le impide concebir la importancia de la planeación transexenal y la anteposición de la agenda nacional a sus muy personales intereses e idiosincracia. El mandatario es incapaz de concebir al estado más allá de las fronteras de su gobierno y no da importancia a la participación ciudadana y de los tres poderes de la unión en la toma de decisiones en un campo estratégico como la política exterior. En otras palabras la diplomacia mexicana padece las consecuencias de las malas decisiones de un puñado de individuos quienes cometen errores personales . . . a título de nuestro prestigio internacional.
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